OPINIÓN: TIEMPO RECOBRADO
Se decía que Inmanuel Kant era tan metódico que los habitantes de Königsberg ponían su reloj en hora cuando él paseaba todos los días frente a sus casas. A los 31 años, y sin haber salido de su ciudad natal, Kant publicó Teoría del cielo, un tratado sobre astronomía en el que analizaba la validez de las leyes de Newton.
Kant, hijo de un guarnicionero, escribió la Crítica de la Razón Pura, tal vez el libro más importante de la historia de la filosofía. Pero padeció una demencia senil en los últimos años de su vida en los que perdió la memoria y se apagó la extraordinaria inteligencia que había iluminado el mundo.
Kant llegó a la conclusión de que sólo es posible conocer la apariencia de las cosas pero no el noumenon, su esencia. Por tanto, pocas respuestas podemos dar a las cuestiones esenciales de nuestra existencia como podrían ser el origen de la vida y el significado de la muerte.
Las reflexiones de Kant nos conducen a un relativismo que nos interroga incluso sobre el sentido de la propia filosofía, que para muchos pensadores como Platón y Hegel es la busqueda de lo absoluto.
Pero como el mismo Hegel escribió, lo más cercano a lo absoluto es la nada. Según su entender, el ser sólo puede tomar conciencia de sí mismo a partir de la nada, a la que está dialécticamente unida.
Platón creía que este mundo es el imperfecto reflejo de una realidad ideal y que los hombres estamos condenados a percibir solamente las sombras de la caverna que habitamos, lejos de la perfección del reino de la belleza y las abstracciones puras.
Pero el trágico final de Kant, un genio que se convierte en un idiota, nos pone ante la gran contradicción de la filosofía: la que se plantea entre el objeto y el sujeto. El objeto es ilimitado, es el todo universal, pero el sujeto es contingente y finito. Dicho con otras palabras, lo absoluto está fuera de nosotros, pero la nada nos habita, es nuestro inevitable futuro. Cuando más grande es el edificio conceptual que se construye, más espectacular es su derrumbe. Ahí queda la metáfora de la muerte de Hegel a causa de la peste, que no pudo ser enterrado porque la tierra estaba helada.
La filosofía tiene un carácter prometeico, de lucha contra el mal y contra los límites. Queremos robar el fuego a los dioses, pero al final somos mortales y nuestros triunfos son un breve momento de esplendor en la oscuridad de la noche. La filosofía es un vano afan de escapar de una nada que, según las inexorables leyes de la termodinámica, es el destino del universo.
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